Oviedo, el catalejo del magistral |
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Oviedo
lleva dentro la esencia de otra ciudad. Ha crecido sobre ella. Sobre la imaginaria Vetusta
y sobre la realidad del barrio de la Encimada, de la Catedral, del Casino o de la casona
palaciega de los Ozores. Oviedo es a la regentada Vetusta, lo que Vetusta es a la
capitalina Oviedo. Y, ambas, pertenecen al realismo literario y a la imaginación crítica
de Leopoldo Alas, quién andurreó por sus calles a través de la limitada óptica del
catalejo de El Magistral.
Redacción © revistaiberica |
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Lo único cierto, en cualquier caso, es que el espejo de la novela ha
hecho de la capital del Principado un buen reflejo de Vetusta, impregnado,
acaso no perdido aún, de muy concretos materiales urbanos y humanos de un Oviedo
decimonónico que, obligado a evitar problemas con las fuerzas vivas de aquel entonces,
fue maquillado con otras referencias provincianas foráneas. Una ociosa tertulia
demoledora, un entrañable personaje de casino, una fuerza viva ridícula, un rumor
extraviado de siglo, un Magistral, un Mesías, una dama católica de mirada
adulterina no serán, por tanto, huellas reales del Oviedo de hoy...
Mas, ¿quién sabe? A lo mejor, la mirada del inquieto visitante de un
siglo después accederá a imaginar la Vetusta del día de antes a través de la
indiscreta mirada del catalejo de El Magistral y el influjo de la villa clariniana
cobrará materia en la piedra y el hueso, en el animal y el vegetal, hasta ofrecer ese
tercio de la ciudad ovetense empleado por el escritor para crear una ciudad de catedral y
plaza, de barrio alto y bajo, de capilla y arcón santo, de reliquia y siestas de heroica
ciudad.
Pero el único ojo empuñado por Fermín de Pas, el Magistral catedralicio, guía inexcusable para el viajero que llegue a Vetusta, gozó de una perspectiva difícil de conseguir por el recién llegado. Por un lado, disfrutó de la indiscreción, impunidad y acercamiento proporcionado por la óptica de un catalejo, instrumento pirata, corsario y bucanero capaz de decidir huidas o abordajes, arriar velámenes o girar timones y enfilar proas hacia tierras por conquistar. Por otro, dispuso el arma vigilante en lo alto del campanario, rodeado por el altisonante acero de la campana Wamba, con quien compartió vértigo, curiosidad y confidencias de apostado centinela en secreto refugio. Fidelidad de badajo incapaz de susurrar imágenes robadas a golpe de óptica, acostumbrado a cantarlas en malentendidos sones llevados por el mucho polvo que sudan las piedras de la catedral de San Salvador.
Catedral vetustense cuya existencia es imposible negar, pues su altivez
es lo primero que se ve de Oviedo. Desde lo alto de este "poema romántico
de piedra", el Magistral ejerció de fisgón y de tirador franco, pero
dejó al viajero imposibilitado. Este, negado de catalejo y de mirador, está obligado a
pasear por Vetusta a pie de calle y a descubrir perspectivas según la propia
estatura, olvidando los setenta metros de zancos en los que Clarín convirtió
la torre.
Más lejos en el sentimiento quedan las muchas reliquias de la Capilla
de las Santas Reliquias, hoy Cámara Santa o de San Miguel, donde Vetusta
custodiaba, en un Arca Santa, hecha en madera de cedro recubierta en plata en el
año 1075, decorada con relieves evangélicos, "el Leño de la Cruz, un trozo del
vestido de Jesucristo, el pan de la Ultima Cena, el Santo Sudario, tierra santa, ropas de
la Virgen, también restos de su leche, y reliquias de San Pedro, Santo Tomás, San
Bartolomé; huesos de los profetas y de todos los Apóstoles y otros muchísimos santos
cuyos nombres sólo recoge la sabíduría de Dios". Los excesos revolucionarios
del 34 redujeron la nómina de relicarios, aunque Oviedo todavía conserva cosas no
menos fabulosas, como son una sandalia de San Pedro, la cartera de San Andrés,
cinco espinas de la corona y un trozo de la Sábana Santa, auténtica competencia
del Santo Sudario turinés.
Limitada a algo más de quinientas páginas, la vida de la catedral vetustense no pudo competir con la de Oviedo. Esta, con mayor tiempo y espacio para crecer que la creada por Clarín, ofrece otros tesoros. Así, no se puede pasar por alto la Torre Vieja, que data del siglo XI; la cámara del Apostolado, uno de los conjuntos escultóricos más impresionantes del románico español; el claustro, del siglo XIV, con ricos capiteles de fantásticas escenas mitológicas, costumbristas y caricaturescas; y el retablo mayor, obra de los maestros Giralte, Alonso de Berruguete y León Picardo, considerado como el tercero mejor del país, tras los de Toledo y Sevilla, y donde respira un muy particular sentido del humor: San Jerónimo aparece con gafas, hay gente en las ventanas con aire de cachondeo profano, el diablo está representado con dos cómicas caras y se mezclan rostros realistas con caricaturas, y guiños.
Una vez investigado a fondo el inmenso trípode sobre el
que se sostuvo el catalejo de Fermín de Pas, el paseo por Vetusta debe
iniciarse en los lugares donde cayó su punto de mira. Y, aunque los alrededores de la
catedral configuran el barrio viejo de la ciudad, los pies deben conducirse hasta el
verdadero objetivo del confesor de la Ozores, es decir, el palacio de los regentes,
residencia de mujer codiciada y respetada, bella y admirada, virtuosa e insatisfecha,
joven y espiritual.
El narrador invita a dirigirse, sin más, "hacia la Plaza Nueva",
sobrada excusa para recorrer las seis plazas que articulaban Vetusta. A saber, la
de Alfonso II, frente al observatorio del indiscreto confesor; la Corrada del
Obispo, centro neurálgico del actual mester de clerecía; Las Pelayas o de Feijoo;
la de Porlier; la Mayor, donde se levanta el ayuntamiento y la iglesia de San
Isidoro; y la de Fontán. Todas ellas rodean el templo catedralicio y, en la
actualidad, como si Oviedo no pudiera escapar de la realista ficción literaria,
cumplen, cada una, muy específicas funciones: religiosa, eclesiástica, universitaria,
judicial, burocrática y mercantil, respectivamente.
Estrechas y caprichosas callejuelas unen estas plazuelas donde, acaso,
puedan hallarse los viejos rumores vetustenses de hombres paseando del brazo de otros
hombres, mujeres del brazo de otras mujeres, piropos de aquéllos y fingidos escándalos
de éstas, mientras los clérigos se reservan para sí el largo, estrecho y limitado por
un muro de piedra con sendas fuentes a los lados Paseo de El Espolón.
Los curas de El Espolón, las personas decentes de la calle del Comercio, los pobres de la calle del Triunfo de 1836... Unos y otros podrán llevar al visitante de Vetusta hasta el rumoroso Casino, de nuevo en la mismísima plazuela de la catedral. Allí, en el interior del palacio de Valdecarzana, donde un chisme provocó el desmayo de la considerada esposa de Víctor Quintanar, el autor gustaba de leer los periódicos de Madrid y batir a carambolas a los más íntimos. El lugar fue auténtico casino de Oviedo a finales del XIX e inspiración de La Regenta entre porteros, tresillistas, bailes de carnaval y buenas familias encerradas en un cuarto donde alguien dejó guardado su abrigo café con leche.
Contemplada la fachada principal del siglo XVIII, el
atardecer ha reservado para el final del viaje los golosos colores que la declinante luz
extrae de la piedra del barrio de la Encimada, auténtica fundación vetustense de
palacios viejos y arruinados. Hoy y entonces, la de Cimadevilla, muy principal
calle, fue un conjunto de "viviendas viejas y negruzcas, aplastadas" que
los vanidosos vetustenses de toda la vida creyeron palacios y fueron transfiguradas por el
odio de Fermín de Pas en "madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor
de topo...". Odio y admiración, pues su presa paseaba por los jardines de uno de
esos palacios.
Y qué mejor que imitar a uno y a otra y dejar que la imaginación
vuele sobre alados pies y aquí y allá se encuentre la pérdida atmósfera del barrio
favorito de El Magistral. Quizás en ese momento, Oviedo se difumine y
aparezca, bajo sus piedras, la auténtica Vetusta. La del rancio olor de rumores y
aburrimientos locales. La de herederos de personajes y personajillos de casino. La de
paseos de curas. La de laberinto de plazuelas y callejas, de sentimientos intuidos y
sentidos adormecidos.
Pero, sobre todo, el viejo casco urbano por el que Ana Ozores
paseó sus dudas y Fermín de Pas el único ojo de su catalejo.
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Un espacio virtual para compartir palabras con los alumnos del IES Ordoño II (León).
domingo, 17 de octubre de 2021
¿Oviedo?¿Vetusta? Un paseo por la ciudad de "La Regenta"
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A mi, este libro, me ha encantado porque trata de un niño que quiere seguir el camino de su padre y de su amiga que va en su busca, aunque ella dice que no le cae bien. Los dos se adentran en una aventura que es dura y larga. Finalmente, la amiga consigue que el niño vuelva con su madre y a su casa.
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