Resumen de la película LosSantosinocentes, una magnífica versión cinematográfica de la novela del mismo nombre de Miguel Delibes.
Los Santos Inocentes narra la historia de una familia, la de Paco, Régula y el hermano de esta, Azarías. Tanto ellos como los hijos del matrimonio viven en una finca cercana al caserío del señorito Iván, al cual sirven.
Azarías es un hombre mayor con una discapacidad. Su comportamiento, en ocasiones extraño, incomoda a su amo, que termina echándolo. Sin embargo, Azarías es una persona muy bondadosa que dedica todo el amor que tiene a los animales, especialmente a la Milana, un polluelo que su sobrino le regala y al que cría con esmero y cariño.
La gran obsesión de Régula y Paco es ofrec erles a sus hijos un futuro prometedor y lejos de la pobreza que ellos han vivido. No obstante, esto no es posible porque, de una manera u otra, terminan siendo solicitados como criados. Así ocurre con Nieves, la menor de sus hijas. La joven entra a servir a Don Pedro y Doña Purita, encargados del caserío pero también a las órdenes del señorito Iván, aunque en un estrato social superior al de la familia protagonista. Allí se entera de que, de puertas para adentro, las relaciones de opresor y oprimidos también existen.
El acontecimiento clave llega un día en el que Paco, que siempre acompañaba a Iván en sus cacerías por su buen olfato y agilidad, sufre un accidente y se rompe una pierna. Su amo trata de que este continúe con su labor, ya que le resultaba de gran ayuda siguiendo el rastro de las aves que cazaba.
Sin otra alternativa, el señorito Iván decide llevarse a Azarías como sustituto. Como es lógico, el resultado no es el mismo y la salida resulta frustrante para el señorito, que no caza nada. Su enfado es tal que, cuando Azarías llama a su Milana, no duda en disparar a pesar de los ruegos de su criado.
Azarías convierte su tristeza, y posiblemente los años de sumisión y humillaciones, en ira, ahorcando al señorito de un árbol y vengándose así del asesinato de la Milana.
En la introducción del volumen Mis páginas mejores, publicado por la Editorial Gredos en 1957, Carmen Laforet, casi siempre reacia a hablar de su vida privada, nos cuenta sus primeros años, antes de la publicación de su novela Nada: Aunque es muy difícil escribir una autobiografía en pocas líneas –y, en realidad, también en muchas-, quiero daros aquí alguna idea de mi propia vida personal antes de que leáis las anotaciones hechas por mí delante de cada uno de mis libros explicando su cronología respecto a mi vida y aquello que me inspiró el deseo de hacerlos.
He nacido en Barcelona, el 6 de septiembre de 1921. En enero de 1944 –a los 22 años- empecé a escribir mi primera novela: Nada.
En el intervalo entre esas dos fechas mi vida se había ido modelando de la siguiente forma:
En 1923 –a punto de cumplir dos años-, fui con mis padres a Canarias. Mi padre era arquitecto y también profesor de la Escuela de Peritaje Industrial. Nuestro traslado a Canarias se debió a necesidades de este profesorado. Yo recuerdo a mi padre muy joven, bien constituido, muy deportista. Tenía la costumbre de fumar en pipa y usaba una excelente mezcla inglesa cuyo olor se ha quedado en mí –así como el de los encerados corredores de la casa de Las Palmas- como uno de los olores inconfundibles de mi infancia.
Mi padre era hijo de sevillanos, de origen nórdico (de origen francés mi abuelo, y vasco mi abuela). Mi padre se había educado en Barcelona. Era un balandrista notable y tenía un barco propio. Había sido campeón de tiro al blanco con pistola en su juventud, y también teníamos en casa copas obtenidas en carreras de bicicletas. El nos enseñó a nadar a mis hermanos y a mí, a soportar fatigas físicas sin quejarnos, a hacer excursiones por el interior de la isla… y a tirar al blanco con pistola, cosa en que yo fui siempre más torpe que mis hermanos.
Mi madre era toledana. Hija de una familia muy humilde, había hecho los estudios de primera enseñanza en la escuela de niñas pobres de unas monjas. Más tarde, obtuvo una beca para estudiar magisterio. Mi padre la conoció como alumna en una época en que él, accidentalmente, dio clases de dibujo en la escuela Normal de Toledo-
Mi madre al casarse tenía dieciocho años; veinte al nacer yo –fui el primer hijo del matrimonio-, y treinta y tres el día en que murió en Canarias. Yo la recuerdo como una mujer menuda, de enorme energía espiritual, de agudísima inteligencia y un sentido castellano, inflexible, del deber. Era una mujer de una elegancia espiritual enorme. Recuerdo también su bondad. Tenía el don de la amistad. En Las Palmas aún hay muchas personas que la querían y la recuerdan vivamente… Ella nos enseñó a mis hermanos y a mí la valentía espiritual de la veracidad, de no dejar las cosas a medias tintas, de saber aceptar las consecuencias de nuestros actos. En mi época de Canarias entran también mis dos hermanos Eduardo y Juan, con quienes siempre me he sentido compenetrada; y entra también más tarde una madrastra, que, a pesar de todas mis resistencias a creer en los cuentos de hadas, me confirmó su veracidad, comportándose como las madrastras de esos cuentos. De ella aprendí que la fantasía siempre es pobre comparada con la realidad. (¡Esto antes de haber leído a Dostoievski!)
En el año 1939 –exactamente en septiembre- volví a Barcelona, donde viví tres años. Después de este periodo vivo en Madrid. He frecuentado –sin terminar ninguna de las dos carreras comenzadas- las Universidades de Barcelona y Madrid. He leído mucho. La vida me ha interesado en todos sus momentos, tanto en los malos como en los buenos. Cuando vuelvo la vista atrás, veo que todos esos años se han combinado para hacerme una persona capaz del difícil don de sentir la felicidad, y humildemente creo que hasta de derramarla en un círculo muy íntimo.
Hasta aquí la historia de una muchacha de veintidós años. De esa época en adelante sabréis todo aquello que tenga conexión con mis libros en las pequeñas notas que he escrito al comenzar los distintos periodos de mi obra. Por estas anotaciones y por los fragmentos de mis libros veréis que, si mis novelas están hechas de mi propia sustancia y reflejan ese mundo que –según os explicaba antes- soy yo, en ninguna de ellas, sin embargo, he querido retratarme.
Efectivamente, a los 18 años, justo al acabar la guerra civil española volvió a Barcelona a casa de sus abuelos- que vivían en la misma calle Aribau donde ella había nacido y en donde está situada su novela, y allí empezó a estudiar la carrera de Filosofía y Letras. Tres años más tarde se trasladó a Madrid donde en unos meses escribiría Nada que, aunque no es una novela estrictamente autobiográfica, es el fruto de sus experiencias en esos años. Cuando escribió Nada, que obtuvo el primer Premio Nadal, tenía 22 años y el éxito que obtuvo en plena juventud marcó su carrera de escritora. Nada fue considerada la mejor novela española contemporánea y el libro más vendido del momento. Recibió también el Premio Fastenrath, de la Real Academia de la Lengua Española en 1948, y el conjunto de elogios que incluía artículos firmados por Juan Ramón Jiménez (de un poema suyo salían el título y la cita inicial de la obra), Ramón Sender, Azorín, y críticos como Melchor Fernández Almagro, José María de Cossío o Pedro Laín Entralgo demuestran el impacto que dentro y fuera de nuestras fronteras tuvo la publicación de un libro que revolucionó el panorama literario de la posguerra española. Actualmente Nada está considerado como un clásico, se reedita de manera continua, es estudiada en los departamentos de español de todo el mundo, ha sido traducida a numerosos países y le ha asegurado a Carmen Laforet un puesto de honor en la historia de la narrativa española.
Cuando se habla de Carmen Laforet siempre se destacan tres cosas: es la autora de Nada, recibió el prestigioso premio Nadal e inmediatamente se hace alusión al silencio en el que culminó su carrera de escritora comparándola en algunos casos al escritor mexicano Juan Rulfo. Pero si bien es cierto que la escritora se retiró voluntariamente del mundo literario de la época, de sus envidias, enemistades y rencillas, y que se la puede considerar una escritora poco prolífica, publicó otras excelentes novelas: en 1952 apareció La isla y los demonios, que tiene como protagonista a una adolescente, Marta Camino, basándose en su propia experiencia juvenil en Las Palmas de Gran Canaria. La mujer nueva (1955) que ganó el Premio Menorca de Novela de 1955 y el Premio Nacional de Literatura de 1956, narra la aventura espiritual de la protagonista y su conversión al catolicismo. En 1963 publicó La insolación. Esta última novela formaba parte de una triología Tres pasos fuera del tiempo que no llegó a completarse. El segundo tomo Al volver la esquina, que ella no se había decidido a publicar, se editó póstumamente en el año 2004. Escribió además, siete novelas cortas, veintidós cuentos, narraciones de viaje e innumerables artículos para periódicos y revistas.
Carmen Laforet se casó en 1946 con el periodista y crítico literario Manuel Cerezales con el que tuvo cinco hijos. El matrimonio se separó en 1970.
En 2003 se publicó Puedo contar contigo, que contiene la relación epistolar entre Carmen Laforet y el escritor Ramón J. Sender, un total de 76 cartas en las que la escritora le cuenta sobre su vida familiar, los hijos, sus dificultades de ser y escribir como mujer, la inseguridad frente a su obra de la que se muestra muy crítica.
Su paulatino distanciamiento de la vida pública se aceleró debido a una enfermedad degenerativa que afectaba a la memoria y que la dejo sin habla en los últimos años de su vida.
En 2009 su hija, Cristina Cerezales publicó el libro Música Blanca en el que, en un diálogo sin palabras con su madre, emprende un recorrido por los senderos de la memoria en el que abundan detalles reveladores que permiten entender en profundidad su vida y su obra.
Carmen Laforet murió en Madrid el 28 de febrero de 2004.
En este artículo de la revista digital Zenda encontramos un poema de cada uno de los poetas del grupo. Echémosles un vistazo. Pasen y lean.
Nueve poemas para nueve novísimos
Nueve poetas nacidos entre 1939 y 1948 (Antonio Martínez Sarrión era el mayor, Leopoldo María Panero el menor) fueron los elegidos: corría el año 1970 y el crítico José María Castellet nombró a una generación que llegó para relevar en el panorama poético a la sacudida de la Generación de los 50. Ocho hombres y una mujer, Ana María Moix. Nueve poetas con búsquedas muy distintas, vertebrados en dos corrientes claramente separadas: por un lado caminaban tres poetas que Castellet denominó los seniors, con una estética de vocación culta. Por otro, abrazados a la cultura pop y a su contemporaneidad, seis escritores fueron agrupados bajo el término la coqueluche.
Hoy recojo un poema de cada uno de los miembros de aquella generación.
Los seniors
Manuel Vázquez Montalbán
Cuando ya nadie sepa…
Cuando ya nadie sepa el por qué de mi nombre o de este mueble ni por qué fue tan triste aquel doce de agosto olvidadas crueldades sin origen pequeñas cicatrices en alcohol ¿recuerdas? fue en abril y te caíste en la fuente más hermosa de Praga
fotografías llenas de desconocidos sin nadie que les avale
¿recuerdas? es el primo Anselmo antes de morirse de arrepentimiento había tenido el tifus en Larache pero te llevó un día al Laberinto fue en abril y te caíste en la fuente más hermosa de Praga
qué dije en mi primer entierro quizás en aquel triste doce de agosto
¿recuerdas? no, fue en abril y te caíste en la fuente más hermosa de Praga
te pusieron una chaqueta de hombre el primo Anselmo envejeció mucho antes de morir de arrepentimiento por haberte dejado caer en la fuente más hermosa de Praga
tenía un gato de piedra del que manaba el agua
Praga, 1982
Documental en el que el poeta lee varios de sus poemas mientras recorre las calles de Barcelona.
Antonio Martínez Sarrión
Now’s the time
nada más nada más que las sienes ardiendo balcón hacia la noche navegantes sin aguja imantada rojas constelaciones con nombres de guerreros la insufrible presión de max roach conciso duro enérgico porque sí porque hay niebla porque riegan y el dueño ha de cerrar el club y todos los muertos
Pautas para conjurados, 1970
Un poema. Saulo y los pájaros.
José María Álvarez
Piedra del sueño
En medio de tantos desórdenes siempre reinó una alegría que los hizo menos funestos Voltaire
Para Hélene y Bobo Ferruzzi
Este pasador… En el oro más fino cincelado. Cuántas veces dedos anhelantes lo habrán apartado para que una melena oliendo a mujer cayese abandonada sobre unos hombros mórbidos. Ahora, muerto en esta vitrina, parece reírse de nosotros, reprocharnos que seamos capaces de pasar el tiempo admirándolo. «No soy nada —nos dice—, sólo un objeto para sujetar el pelo. Soy hermoso porque cuando alguien me hizo era impensable no modelar belleza. Pero sólo existo cuando brillo allí para donde fui concebido, no en el acabamiento de esta veneración mediocre, sino sobre un rostro hermoso y moreno».
Entrevista con José María Álvarez
La coqueluche
Félix de Azúa
Función superestructural
Literatura es la forma de historia como si hacer poesía fuera la leyenda de una sola palabra monasterios helados la tinta fue sacada con pólvora desde el puente de mando o ante las ruinas nadando para cruzar el río o unidos a naciones extrañas meditativos -la aristocracia es la esencia de la literatura- al borde del río y del sepulcro. Una forma de historia muy sutil no por eso menos unida a la guerra y los dioses enamorada de lo imperecedero —soberbia, sí— (oh Señor Dios de los ejércitos) fragantes y coquetas cuando los nobles cortesanos unían ambos polos largas colas y puños esmaltados buenos tiempos para volver a Anfriso y Galatea. La gran forma de historia Tod ist Freude madre atlantes rubios antropófagos. Al disfraz de método y sistema medio ciegos mezclados hacia dentro hacia fuera descubiertos en sucios barrios conocidos cuartos detenidos junto a bacantes y corruptos senadores subidos en el veloz camión hacia la cárcel tan arrepentidos como inocentes. Literatura es la historia letra de historia donde la lupa puede ver los sistemas en frases que se muerden la cola rastrear entre palabras victoriosos términos capítulo final antes de abrir epílogos de la materia.
Un poema. Ahora es mi turno.
Leopoldo María Panero
Proyecto de un beso
Te mataré mañana cuando la luna salga y el primer somormujo me diga su palabra.
Te mataré mañana poco antes del alba cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños y será como cópula o semen en los labios como beso o abrazo, o como acción de gracias.
Te mataré mañana cuando la luna salga y el primer somormujo me diga su palabra y en el pico me traiga la orden de tu muerte que será como beso o como acción de gracias o como una oración porque el día no salga.
Te mataré mañana cuando la luna salga y ladre el tercer perro en la hora novena en el décimo árbol sin hojas ya ni savia que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra.
Te mataré mañana cuando caiga la hoja decimotercera al suelo de miseria y serás tú una hoja o algún tordo pálido que vuelve en el secreto remoto de la tarde.
Te mataré mañana, y pedirás perdón por esa carne obscena, por ese sexo oscuro que va a tener por falo el brillo de este hierro que va a tener por beso el sepulcro, el olvido.
Te mataré mañana cuando la luna salga y verás cómo eres de bella cuando muerta toda llena de flores, y los brazos cruzados y los labios cerrados como cuando rezabas o cuando me implorabas otra vez la palabra.
Te mataré mañana cuando la luna salga, y al salir de aquel cielo que dicen las leyendas pedirás ya mañana por mí y mi salvación.
Te mataré mañana cuando la luna salga cuando veas a un ángel armado de una daga desnudo y en silencio frente a tu cama pálida.
Te mataré mañana y verás que eyaculas cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas.
Te mataré mañana cuando la luna salga te mataré mañana y amaré tu fantasma y correré a tu tumba las noches en que ardan de nuevo en ese falo tembloroso que tengo los ensueños del sexo, los misterios del semen y será así tu lápida para mí el primer lecho para soñar con dioses, y árboles, y madres para jugar también con los dados de noche.
Te mataré mañana cuando la luna salga y el primer somormujo me diga su palabra.
El último hombre, 1984
Dios de la vida, dios de los suicidas.
Ana María Moix
Baladas del Dulce Jim
Lo descubrí con la frente apoyada en el escaparate de la pastelería y en los ojos blancos, increíbles, le reconocí: era Dios y estuve a punto de decírselo: Te ves más viejo desde la última vez. Pero me pareció tan triste que hice como si no lo conociera.
*
Un pájaro azul y el horizonte lejos. El mar que regresaba despacio a mis espaldas, sin alcanzarme nunca. Recogeré las flores en la arena como si fuera la primera vez que sueño sobre la playa.
*
Las gaviotas volvieron al mediodía y bajo el sol nos asesinaron con razón: habíamos echado a perder la playa con tantos sueños.
*
Tembló el mar como una golondrina cuando por fin comprendimos que no podíamos hacer otra cosa que vivir. Pero las ciudades estaban lejos y, como si una gran heladería hubiera caído a mis espaldas y me fuera imposible regresar, no puedo decir cuántos días tardé en averiguar que todas las calles desembocan en los muelles y qué triste es tener que abandonar las casas para que las paredes y los libros no nos ven llorar.
*
Ay madre, ya soy como la España; ni chicha ni limoná, loquita del corazón y dura como la caña.
Versión musical del poema "Mañana".
Vicente Molina Foix
Matchmaking
Con los años me estoy haciendo un excelso casamentero de antiguos amores.
Visito en las ciudades más pobladas de tres países a parejas estables que se cogen la mano agradecidas y tienen el detalle de tenerme en el altar de sus aparadores con una foto de entonces, muy favorecedora. He llegado a contar en hogares felices seis libros dedicados
de mi puño y letra con promesa de amor eterno.
Y en un caso reciente pude reconocer la chaqueta de punto tejida a mano que regalé a mi amante por Reyes llevada por el otro, y unas manchas de vomitona mía en el entarimado de la alcoba que hoy me está prohibida. Soy el visitador de los enamorados.
Si es verdad, como dices, tú, conciencia, la que no miente, que ya no sé amar, reconoce al menos que preparo muy bien a quienes yo renuncio para las duras pruebas del amor de verdad.
Entrevista con el poeta.
Pere Gimferrer
Una sola nota musical para Hölderlin
Si pierdo la memoria, qué pureza. En la azul crestería la tarde se demora, retiene su oro en mallas lejanísimas, cuela la luz por un resquicio último, se extiende y me delata como un arco que tiembla sobre el aire encendido. ¿Que esperaba el silencio? Príncipes de la tarde, ¿qué palacios holló mi pie, que nubes o arrecifes, qué estrellado país? Duró más que nosotros aquella rosa muerta. Qué dulce es al oído el rumor con que giran los planetas del agua.
Llevan una rosa en el pecho los enamorados
Guillermo Carnero
Las ruinas de Disneylandia
Muchachita taimada (tan sin malicia) entonces, propensa sólo a nuestros juegos lúgubres por entusiasmo de recién conversa, ¿quién te reprocharía tu sumisión, no honrosa a fin de cuentas, al glamour del boyante cadáver exquisito a quien todos sin duda hemos amado alguna vez? o aquella manía de extricar —la lúbrica de Man Ray mascullando entre tus senos WAS IST DADA? WAS IST DADA? WAS IST DADA? la quintúplice forma de la vírgula. Así pasamos muchas noches caminando sin rumbo por la arista sin fin de las palabras.